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domingo, 9 de noviembre de 2008

Ipse Atea Celeris Tempus (El mismo oscuro y acelerado tiempo)

Una regla de medida sin condescendencias, una visión caótica de vida, donde un útero multicolor de formas irregulares, que nos remite en principio a un gran ojo dominante, un ciclope acusador, que se revela ardiente y explosivo, dador de vida en su centro, yugo inmisericorde donde la evolución llega solo después de muerto nuestro yo previo, para acceder a un nuevo nivel de conciencia ciega, sin salir nunca de su obscuridad, hasta que termina por consumirnos sin revelarnos nunca si existe alguna verdad alterna fuera de la burbuja en la vivimos.
Bajo estos parámetros estamos todos sujetos sin excepciones a transcurrir nuestra existencia, bajo los preceptos establecidos en la realidad socio cultural en la que nacemos, sin omisión alguna. Pobre de aquel que se atreva a revelarse ante tal condición, motivo ineludible de destierro, discriminación, acusación directa y plena de locura o gravoso irrespeto y pasada esta verdad de alguna manera a ser seudo-aceptable, pobre también el que después de toda una vida de inhibiciones por temores varios, incluido el qué dirán, que dándose cuenta de su ficción, logra abrir sus ojos para enterarse que todo lo vivido se basa en falsas concepciones y entonces siente que todo ha sido en vano.
Ars Poética
La vida, una verdad diferente para cada individuo, una razón distinta para postergarse, un delirio abrumado en sueños y deseos o simplicidad sinérgica.
Cuantas dudas rodean a la sazón, esta razón adherente a tantas ideas, tantas como individuos respiren en su contexto.Inhalando y delirando sueños, es su mayoría sin romper el cascaron en que nacieron, encerados en un círculo vicioso del que ni siquiera en general se tiene conciencia; nacer, crecer, reproducirse, creer que se es y sin previo aviso morir.Sin abandonar el útero en el que nacemos, a veces sin poder abrir los ojos a las realidades que como seres en común tenemos, prefiriendo evitar saber que hay afuera de nuestro entorno, al principio por regla impuesta, después por costumbre habituada y al final por temor a que se derrumben los pilares de nuestro sino, temiendo darnos cuenta tarde, que quizás, si es que esa verdad de vida existe, haya sido en vano toda nuestra existencia.

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Ipse Ater Celeris Tempus

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